El mundo
occidental sigue descubriendo la sabiduría africana y en su afán
por llenar los mercados y las televisiones con comerciales de
productos soy-el-más-sano-de-la-historia-de-la-alimentación ahora
ha fijado su punto de mira en el baobab. El fruto del emblemático
árbol se caracteriza por ser rico en vitamina C (su contenido es
seis veces mayor que el de las naranjas), calcio (el doble que la
leche), vitamina B, antioxidantes, hierro y fósforo. Más allá de
las cualidades nutritivas, empresas estadounidenses y europeas ya se
han interesado en las cualidades realmente importantes, las
económicas (se estima que el mercado potencial alcanza los 700
millones de euros anuales). Cumpliendo su labor, la UE ya ha abierto
el camino y ha aprobado la comercialización de productos
alimentarios derivados del baobab. De hecho, Pepsi ya ha comercializado una bebida basada en el característico polvo blanco del fruto del baobab.
Una vez
más, África delega en otros el control y consiguiente
enriquecimiento de la explotación de una de sus (numerosas) riquezas
naturales. Por su parte, la sociedad occidental prefiere distribuir
productos potencialmente rentables, en lugar de fijarse en la mayor
riqueza de África: la felicidad de sus habitantes, derivada de una
filosofía de vida que huye de lamentos y consumismo y se centra en
disfrutar de cada elemento positivo que ofrece el día a día.
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