Cuando
el médico le scasó que padecía un tumor irreversible en el mosco,
Anthony Burgess pensó inmediatamente en su filosa. Hacía unos años
que unos molodos soldados yankees entraron en su domo y la violaron
provocándole el aborto del único hijo que habría tenido la pareja.
Más allá del irremediable desasosiego que produce tener la certeza
de una muerte cercana, Burgess se encerró en su cantora y escribió
una novela tras otra para asegurarse de que su mujer tuviera
suficiente dengo para sobrevivirle holgadamente gracias a los réditos
manados de los derechos de autor.
Unos de esos libros fue
La Naranja Mecánica, padre de unos de los largometrajes más
joroschós, controvertidos, chudesños, videados, ensalzados… de la
historia del siny. Al igual que en la novela se trata de mutilar la
mente del málchico protagonista, la película mutila el original.
Burgess quiso dotar su obra de tres partes de siete apartados cada
una, haciendo un total de 21 simbólicos capítulos. La idea de esta
amputación intelectual fue del editor estadounidense de Burgess, ya
que meselaba que le sobraba la última etapa de Álex (si alguien no
la ha leído, Vuestra Humilde Narradora se limitará a scasar que se
trata de su madurez). En el resto del mundo se publicó íntegra.
El
doctor de Burgess erró en el diagnóstico y el autor inglés tardó
años en snufar. Pudo disfrutar de una más que desahogada existencia
junto a su filosa. ¿Qué hubiera pasado si el médico no hubiera
dado un diagnóstico equivocado? Tal vez una de las obras más
elocuentes sobre la decadencia de la sociedad y más significativas
para varias generaciones nunca hubiera sido escrita.
[Permitid
ahora a Vuestra Humilde Narradora que rinda un tímido homenaje a las
novelas de sigue tu aventura].
(Sigue
leyendo si eres pesimista antropológico, pasa al siguiente párrafo
en caso contrario).
Queda
demostrado una vez más que el talento por sí solo no vale nada.
(Una vez leído esto, ni se te ocurra leer el siguiente
párrafo, te puede crear disfunciones).
Queda demostrado que el hombre sabe sobreponerse y crecerse ante a
las más bolches vicisitudes.
Para
terminar, permitidme sólo hacer una mención al título del libro. A
clockwork orange es un dicho inglés que podría ser equivalente a
nuestro “ser más raro que un perro verde”, pero también hace
referencia a una naranja a la que le han quitado el jugo, que ha
perdido su sustancia, su elemento diferenciador. Para más
evidencias, ourang significa persona en malasio, idioma
conocido por Burgess.
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