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viernes, 27 de julio de 2012

Pelagueia Nílovna vs. Batman


            Hoy he visto a una señora santiguarse antes de emprender un trayecto de veinte minutos en autobús. No todos nos santiguamos ni pedimos a entes abstractos que velen por nuestra seguridad, pero es seguro que todos sin excepción tenemos miedos irracionales. 

            Nuestras debilidades nos convierten en bombas de relojería y nuestra naturaleza lleva a muchos a estar al acecho para aprovechar esas flaquezas. Es entonces cuando caemos en el peligro de convertirnos en masa y como tal, se multiplican las posibilidades de ser controlados. Llevamos años asegurando que muchos avances científicos pueden pasar a ser las armas más peligrosas si son utilizadas por las personas equivocadas (no dirijáis la mirada hacia Oriente, no hay que olvidar que el primer gobierno que lanzó bombas atómicas sobre población civil fue el estadounidense y aún no ha sido juzgado por ello. Ventajas de que su causa siempre sea la buena). Sin embargo, los humanos deshumanizados y convertidos en masa componemos el arma más destructiva. Día tras días, ciertos hombres que también son convertidos en masa por otros hombres juegan a manejarnos y a utilizarnos como herramientas. Como seres sociales somos fin, como miembros de un sistema que no nos tiene en cuenta somos medio. Y los peligros se multiplican en este punto.
Imagen extraída de la web de Quesos Quevedo.

viernes, 1 de junio de 2012

Del tumor imaginado a la vesche de Ludovico

Cuando el médico le scasó que padecía un tumor irreversible en el mosco, Anthony Burgess pensó inmediatamente en su filosa. Hacía unos años que unos molodos soldados yankees entraron en su domo y la violaron provocándole el aborto del único hijo que habría tenido la pareja. Más allá del irremediable desasosiego que produce tener la certeza de una muerte cercana, Burgess se encerró en su cantora y escribió una novela tras otra para asegurarse de que su mujer tuviera suficiente dengo para sobrevivirle holgadamente gracias a los réditos manados de los derechos de autor.

viernes, 18 de mayo de 2012

La curiosidad como origen



Resulta desalentador (o fascinante si preferís el optimismo) pensar cómo hombres cuya esperanza de vida era mucho menor que la nuestra sacaron un partido a su existencia inconcebible en los tiempos que vivimos.
Todos tenemos una idea de la prolija obra de Aristóteles, de sus tiempos como maestro de Alejandro Magno, de la creación del Liceo, de sus reflexiones sobre la organización del Estado... Pero su faceta como padre de la biología es más desconocida. A través de la observación y de conversaciones mantenidas con pescadores y cazadores, Aristóteles fue capaz de distinguir entre animales de sangre roja y de sangre no roja que coincide casi completamente con la división actual de animales vertebrados e invertebrados, descubrió la manera en que se reproducen los cefalópodos... Una de sus observaciones más interesantes es sobre la manera en que se reproducen los siluros, ya que fueron consideradas erróneas hasta que en el siglo XIX, el naturalista Louis Agassiz observó los comportamientos descritos por el pensador de Estagira en una especie de siluro que habitaba en América del Norte y en ríos griegos. ¡A pesar de los avances científicos y tecnológicos, se tardaron más de veinte siglos en volver a observar lo que Aristóteles ya había reflejado en su obra Investigación sobre los animales.